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Europa al borde del infarto

Aldea Global

Fran Ruiz

 


Tic, tac, tic, tac… y así hasta el viernes 9 de diciembre. Este es el tiempo que queda, una semana, para que sepamos qué va a pasar con el euro y si la moneda que comparten 17 de las 27 naciones que componen la Unión Europea (UE) sobrevive o explota en mil pedazos, hiriendo gravemente a todo el sistema monetario internacional, impacto del que, desde luego, no saldrían indemnes ni el dólar ni el peso.

El resto del mundo vuelve sus ojos al Viejo Continente y espera ansioso a que concluya esa cuenta atrás que ya ha comenzado y que llegará a cero el viernes de la semana que viene al término de la cumbre de la UE. Ese día, el presidente de la Comisión Europea, Herman van Rompuy, dirigirá un singular concierto en el que tratará de que no desafinen los 27 músicos convocados para que suene armoniosamente la “Oda de la Alegría”, de Beethoven, el himno de Europa. Los espectadores estaremos pendientes, sobre todo, de la prima donna Angela Merkel, quien en su papel de líder de la primera economía europea (cuarta del mundo) deberá cantar ese día como nunca.

Si el concierto europeo resulta un fiasco cundirá el pánico: habrá crack bursátil mundial y las primas de riesgo de los países más vulnerables se dispararán hasta niveles insostenibles, empezando por Italia y continuando por España. ¿Quién saldrá entonces al rescate de la cuarta y quinta economías de Europa, cada una de ellas varias veces más grandes que la suma de las economías de Grecia, Portugal e Irlanda, las tres ya en proceso de rescate? ¿De dónde saldrá el dinero? De ningún lado; nadie querrá comprar bonos para financiar el elevadísimo endeudamiento de Italia (120 por ciento superior al de su PIB). Roma tendría que ofrecer una tasa de interés tan alta por sus bonos basura que sería imposible que honrara sus compromisos de pago. La consecuencia sería el corte brusco del flujo de dinero al país transalpino y la consecuente suspensión de pagos. La única salida para estos países sería el regreso traumático a sus respectivas monedas nacionales, para que entonces puedan ser devaluadas en un desesperado intento por reactivar la economía nacional.

¿Sería ésta la solución? Tampoco. Pongamos como ejemplo la hipótesis que planteaba el diario El País hace unos días: el regreso a la peseta. Bajamos a tomar un café y el mesero dice que cuesta 250 pesetas. ¿Cómo ha hecho la cuenta? Fácil, si el café costaba antes 1.50 euros lo ha multiplicado por lo que valía la moneda española cuando desapareció en 1998 (1 euro: 166.386 pesetas) y ha redondeado hacia arriba. En total, repite el mesero, 250 pesetas (27.57 pesos).

Esta hipótesis funcionaría en una situación de relativa calma financiera, pero no en medio de la tormenta. Veamos lo que pasaría si realmente España se sale del euro empujada por una deuda cada vez más difícil de pagar. El gobierno tendría que reactivar la economía con la única arma que le queda: la devaluación brutal de la peseta, pongamos, un 40 por ciento. Bajemos de nuevo al bar a tomar un café. Precio: 420 pesetas (46.28 pesos). Es cierto que con la peseta barata se exportaría más, pero a costa de pagar con un dólar más caro todo el petróleo que importa. La inflación galoparía y frenaría en seco cualquier reactivación de la economía.

En ese escenario de sálvese quien pueda, la fuga de capitales hacia monedas más segura sería brutal, lo que obligaría al gobierno español (o italiano) a montar un “corralito” para frenar la hemorragia, como sucedió en Argentina. La diferencia, sin embargo, es que el país sudamericano salió del agujero con relativa rapidez gracias a que tiene reservas de hidrocarburos y las materias primas que carecen las dos naciones europeas.

¿Qué salida queda, entonces, para evitar el hundimiento del euro de aquí a una semana? Volvamos de nuevo a la orquesta y a su prima donna”.

Merkel tiene razón cuando argumenta que no se debe abrir la mano con países que no sólo mintieron en sus cuentas, como Grecia, sino que además derrocharon el dinero enviado de los fondos de ayuda de la UE, recaudados solidariamente entre los países donantes, principalmente Alemania. Sin embargo, la situación ahora es crítica, la casa común europea está ardiendo y no se puede perder el tiempo impartiendo un cursillo para aprender a cortar fuego, como pretende la canciller alemana. Es urgente contratar bomberos experimentados y, una vez apagado el fuego, restaurar entonces la casa común con cimientos y paredes mucho más resistentes.

El rumor que ha circulado por la eurozona sobre un aislamiento de los países que están ardiendo —llamados despectivamente los PIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España)— y blindar al resto para que no se contagien; esto es, crea una Unión Europea sólo con países triple AAA, ataca directamente al espíritu de concordia europeísta con el que fue creada la UE. No estoy diciendo ninguna cursilada; basta recordar la tragedia mundial que supuso las guerras entre naciones rivales europeas en la primera mitad del siglo XX. Europa sólo funciona cuando sus vecinos deciden vivir en paz, sin invadirse, y esto se logró cuando se creó la Unión Europea. Desde entonces, el Viejo Continente ha sumado casi siete décadas de paz y bienestar ininterrumpidos.

Para mantener esta prosperidad, ahora en crisis, Merkel y los otros 26 líderes europeos deberían ponerse el próximo viernes el traje de bombero y apagar el incendio con una lluvia de euros que alivien las deudas nacionales y recapitalicen los bancos. Para ello deberán sacrificar parte de su soberanía y ceder más poder al Banco Central Europeo, a cambio de disciplina fiscal y control estricto sobre la deuda de cada país miembro.

¿Cómo lograrán esto? Tendremos que esperar y ver si logran la fórmula el próximo viernes. Mientras tanto, el reloj del apocalipsis o de la salvación avanza imparable: tic, tac, tic, tac…

fransink@yahoo.com

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