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El mesías desnudo

Invasión Retrofutura

Andrés Pascoe Rippey

Con una mezcla de desconcierto e incomodidad me leí los Fundamentos para una República amorosa de Andrés Manuel López Obrador. Hay varios temas que me interesan y trato de dilucidar cuál fue la reflexión detrás de este inusual manifiesto político.

Primero, AMLO y su equipo tienen claro que algo que los hizo perder terreno en la elección pasada fue el tono rijoso, enojado y amenazante. Los insultos y la dureza del discurso alimentaron la percepción del “peligro para México”, arrancándole una valiosa ventaja y arrastrándolo al empate técnico que devino en su nunca reconocida derrota.

El tono post-elección fue aun peor, casi apocalíptico, y AMLO vio en esos meses cómo su popularidad caía y caía. Ahí, y supongo que recuperando la estrategia de Ollanta Humala en Perú, López Obrador optó por dar un viraje hacia el tono conciliador.

Hasta ahí todo bien. Pero entonces, me imagino el diagnóstico lo siguiente: “México está triste, desconfiado y deprimido. La gente está sombría. Hay que recuperar el discurso de la esperanza volcándolo al amor”. Se construye así un discurso “novedoso” –para ellos– en el que toda la gran propuesta programática es la construcción de un gran país de gente que se ame mutuamente.

Puedo entender la lógica detrás del planteamiento estratégico –recapturar la ilusión de los mexicanos– pero me resulta muy complicado enfrentar el texto como es. En él, AMLO establece que “Una persona sin apego a una doctrina o a un código de valores, no necesariamente logra la felicidad”. Es una frase incómoda y coja, porque primero parece condicionar la felicidad a ser “creyente” de algo, pero al final se arrepiente y lo condiciona: “no necesariamente”. Si no es necesario, entonces por lógica pura la frase está vacía: no necesariamente alcanzarás la felicidad si no crees, pero sí podrías alcanzarla de cualquier modo.

Eso es sólo el principio. AMLO procede a hacer un diagnóstico de la bondad oculta en el alma del buen pueblo mexicano, cuenta la historia de alguien que devolvió una billetera (¡!¿?) y concluye con un lugar común y una evocación religiosa: “hacer el bien sin mirar a quien y que si actuaba así (con honestidad) tendría en la vida una recompensa mayor”.

Luego se empieza a poner aún más extraño: “Se dicen creyentes”, dice, pero el pensamiento del gobierno es “hipócrita y conservador” por “enfrentar la violencia con violencia” –usar al Ejército contra el narco–. Hace entonces una reflexión profundamente conservadora: son delincuentes porque son pobres. AMLO criminaliza la pobreza, desdoblando su propio argumento de que el pueblo es bueno per se, y mintiendo en algo fundamental: ser pobre no es lo mismo que ser delincuente. Sí, totalmente de acuerdo que hay que abatir la pobreza, y cierto que los gobiernos han fracasado. Pero es totalmente reaccionario suponer que ser pobre te hace criminal. ¿Ser rico te hace honesto? Por favor.

Plantea entonces –a diferencia de los hipócritas y conservadores- que “la crisis actual se debe no sólo a la falta de bienes materiales sino también por la pérdida de valores”. Aquí hago pausa y me aseguro de estar leyendo La Jornada y no el boletín de la Diócesis. “Hay que fortalecer los valores morales” dice en lo que es el principio de una incontrolable espiral de reiteraciones que lo van sumergiendo en uno de los discursos más puritanos y conservadores que se han visto fuera del PAN en los últimos años: “La felicidad profunda y verdadera no consiste en los placeres momentáneos y fugaces” o “…sustituir la entrega al bien con esos placeres efímeros puede suceder que éstos conduzcan a los vicios…”.  El discurso moralista se pone más y más denso, hasta llegar a la decisión: Necesitamos una “constitución moral”. ¿Prohibirá el sexo ocasional? ¿Llamará a un congreso moral constituyente?

AMLO usa la moral en desdén de la ética –sólo una vez es mencionada – porque la moral es fácil: son reglas impuestas desde afuera que norman tu conducta. La moral decide por ti. En la ética, tú construyes tu código.  Repleto de contradicciones y frases levantadas de discursos de curas, el nuevo pensamiento andresmanuelista es, curiosamente, más franco que el de antes: ahora sí que es el Mesías. Porque la moral no es sostenida por un pacto social, sino por un gran líder, poseedor de la Gran Verdad. AMLO se desnudó.

No piensen que al criticar a AMLO estoy defendiendo a alguien más. Entre la vergonzante ignorancia de Peña Nieto y lo gris de los candidatos panistas, no aspiro a decir que esos son mejores. Sólo pregunto: ¿es esto, en serio, el discurso de la izquierda mexicana contemporánea? ¿Esta cursilería rancia, predecible, plana y reaccionaria? ¿Qué opinaría Carlos Monsiváis? ¿Qué opinan los intelectuales pensantes y sinceramente izquierdistas que rodean a Obrador?

Esta será la primera elección desde López Portillo en que no hay ni un candidato alternativo: serán sólo los grandes.

Y ninguno será de izquierda.

apascoe@gmail.com
agarrabaguette.blogspot.com

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